Por qué nunca deberías darle salsa picante a un gato

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Por qué nunca deberías darle salsa picante a un gato

Ah, esta es una de esas historias que cuando la recuerdo no puedo evitar reírme de la absurdez de la situación. Prepárate para el episodio «Por qué nunca deberías darle salsa picante a un gato», protagonizado por mi insaciable curiosidad y, por supuesto, mi gato, Señor Bigotes.

Todo comenzó en una tarde tranquila en casa, buscando algo que hacer y con Señor Bigotes rondando por la cocina, como si esperara a que ocurriera algo emocionante. Había leído en algún lugar que los gatos no pueden saborear los sabores dulces, y por alguna razón, eso me hizo preguntarme sobre su reacción a otros sabores… específicamente, el picante.

Así que, ahí estaba yo, con un frasco de salsa picante en una mano y un trozo de pollo en la otra, contemplando la moralidad de mis acciones. «Solo un poco, para ver qué pasa», me convencí, ignorando la voz en mi cabeza que me advertía sobre las consecuencias.

Con la confianza de un científico loco, apliqué una minúscula gota de salsa al pollo y se la ofrecí a Señor Bigotes, quien, sin dudarlo, lo devoró. Los primeros segundos después parecieron normales, pero entonces, su expresión cambió. Sus ojos se abrieron como platos, y empezó a hacer un sonido que solo puedo describir como un mix entre sorpresa y ofensa personal.

Lo que siguió fue un espectáculo de locura felina. Señor Bigotes corría de un lado a otro, subiendo y bajando los muebles como si el piso estuviera en llamas. Yo, en pánico y culpabilidad, corrí tras él con un plato de leche, rogando por su perdón y prometiendo nunca más experimentar con su dieta.

Después de lo que pareció una eternidad, Señor Bigotes finalmente se calmó, después de beber la leche y darme una mirada que claramente decía: «Nunca más». Esa noche, ambos nos acostamos agotados, pero él ocupó la mayor parte de la cama, como recordatorio de mi traición.

La moraleja de esta historia, amigo mío, es triple: primero, los gatos definitivamente reaccionan al picante; segundo, la curiosidad realmente mató al gato… o casi; y tercero, nunca subestimes la capacidad de tu mascota para hacerte sentir culpable.

Desde entonces, Señor Bigotes y yo hemos vuelto a ser grandes amigos, aunque creo que todavía guarda rencor. Y yo, bueno, aprendí a mantener mis experimentos culinarios lejos de él. Después de todo, algunas lecciones se aprenden de la manera difícil, y esta fue definitivamente una de ellas.

benjamin Pregunta editada 14 de marzo de 2024
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