El día que me convertí en un meme
El día que me convertí en un meme
un día normal, o eso creía yo, se transformó en el episodio más hilarante y vergonzoso de mi vida. Todo comenzó una mañana cuando decidí que sería divertido imitar una pose de un famoso meme de internet, el de ese gato sentado en la mesa con la mujer gritándole. Sí, ese. Bueno, resulta que mi hermano, el genio detrás de la cámara, capturó el momento perfecto de mi impresiónante actuación. Yo, con la seriedad de un gato filósofo, y mi prima, sustituyendo a la mujer, en pleno «¡argumento!».
Hasta ahí, todo bien. Risa va, risa viene. Lo que no esperábamos era que mi hermano, movido por un impulso de genialidad (o falta de juicio), decidió subir el video a internet. Y bueno, como la suerte está siempre de mi lado (nótese el sarcasmo), el video se volvió viral. En cuestión de horas, mi impecable interpretación del gato filosófico estaba en todas partes: Twitter, Instagram, ¡hasta en las noticias!
La primera señal de que algo grande estaba pasando fue cuando mi teléfono comenzó a explotar con notificaciones. Amigos, conocidos, y hasta gente que no recordaba me escribían mensajes. Al principio, eran solo risas y memes compartidos. Pero luego, la cosa se puso seria. Empecé a recibir invitaciones para entrevistas, y había gente que me reconocía en la calle. «¡Eres el chico del meme!» gritaban, mientras yo intentaba, inútilmente, esconderme bajo mi capucha.
Pero aquí no termina la historia. La fama de internet es efímera, sí, pero decide dejarte regalos inolvidables. En mi caso, fue la invitación a una convención de memes. Sí, existen. Y sí, fui. Imagínate un lugar lleno de personas disfrazadas de sus memes favoritos, reencenando videos virales y compartiendo sus mejores poses. Y ahí estaba yo, el invitado de honor, recibiendo una placa que me acreditaba como «Meme del Año». Surrealista no le hace justicia.
Lo más gracioso de todo esto es que nunca me consideré una persona particularmente graciosa o carismática. Mi máximo logro hasta ese momento había sido ganar un torneo de videojuegos en la secundaria. Pero aquí estaba yo, firmando autógrafos (¡autógrafos!) en fotos de mi cara pegada en un gato de cartón.
Al final, como toda historia de fama repentina, las cosas se calmaron. La gente encontró un nuevo meme para adorar, y yo volví a mi rutina normal, con la excepción de que ahora soy un poco más cauteloso con lo que hago delante de una cámara. Pero, honestamente, no cambiaría nada de lo que pasó. Fue una experiencia única en la vida que me enseñó a no tomarme demasiado en serio y a disfrutar de los momentos absurdos que te regala el destino.
Así que, la próxima vez que veas un meme y pienses «¿Quién en su sano juicio haría algo así?», recuerda mi historia. Porque la respuesta es: alguien muy parecido a ti, solo que en el momento y lugar equivocado… o correcto, dependiendo de cómo lo mires.