El gran robo de galletas… y cómo me atraparon
El gran robo de galletas… y cómo me atraparon
Déjame contarte sobre el gran robo de galletas… y cómo me atraparon. Esta es una de esas historias que demuestra que, a veces, los crímenes perfectos solo existen en las películas, y que los ladrones de galletas no siempre se salen con la suya.
Era una tarde tranquila, y yo tenía un antojo insaciable de algo dulce. En mi casa, las galletas son como el oro; se esconden y se racionan como si fueran la última comida en la Tierra. Mis padres habían comprado un paquete especial de galletas de chocolate, esas que son tan deliciosas que casi puedes oír ángeles cantando cuando abres el paquete. Habían dejado muy claro que eran para una ocasión especial. Pero, ¿quién podía esperar?
Con la astucia de un gato, me deslicé hacia la cocina, asegurándome de que el camino estuviera libre. Mis padres estaban en el jardín, y yo tenía el escenario perfecto para mi crimen. Localicé el paquete de galletas escondido detrás de unas latas de sopa en la despensa —un escondite ingenioso, debo admitir— y cuidadosamente, como un cirujano en operación, saqué tres galletas, las coloqué en un plato y las cubrí con una servilleta.
Justo cuando estaba a punto de saborear mi victoria, escuché pasos. En un acto de pánico, escondí el plato bajo la mesa de la cocina y me senté, intentando parecer lo más inocente posible. Mi madre entró, mirándome con sospecha. «¿Qué haces?» preguntó. «Oh, nada, solo disfrutando de la tarde», respondí, con una sonrisa que esperaba pareciera natural.
Pero, como buena madre, sus instintos de detective estaban afinados. Se acercó a la mesa, levantó la servilleta y descubrió el botín. «¿Así que disfrutando de la tarde, eh?» dijo, levantando una ceja.
Atrapado en el acto, no tuve más remedio que confesar. Lo que siguió fue una mezcla de regaño y risas, ya que mi torpe intento de robo de galletas resultó ser más divertido que ofensivo. Al final, compartimos las galletas y prometí compensar mi delito con tareas adicionales.
Desde entonces, el «Gran Robo de Galletas» se ha convertido en una anécdota familiar que se cuenta y se recuenta, especialmente cuando aparece un nuevo paquete de galletas en la casa. Aprendí dos lecciones valiosas ese día: que no hay crimen perfecto cuando se trata de galletas y que, a veces, las mejores historias vienen acompañadas de chocolate y risas compartidas.